La presión sanguínea elevada ha recibido numerosos apelativos, siendo el más conocido “asesino silencioso”. Esto no es casualidad, pues la mitad de quienes la padecen en México ignoran su condición, y cada cinco minutos puede haber un deceso atribuible a este trastorno.
En los últimos años ha crecido en forma desmesurada el rubro de las llamadas enfermedades crónicas esenciales del adulto (ECEA), tales como diabetes mellitus tipo 2 (elevación del nivel de azúcar en sangre), dislipidemia (aumento de grasa sanguínea) obesidad, ateroesclerosis (endurecimiento de las arterias) y, por supuesto, hipertensión arterial, las cuales han rebasado por mucho a las afecciones transmisibles y suponen considerable gasto para las instituciones de salud, toda vez que hablamos de condiciones que no son curables y tienen secuelas incapacitantes.
Los informes médicos no mienten: en 1993 la hipertensión arterial sistémica (HTAS) tuvo frecuencia de 25% en México, cifra que por sí sola llamaba poderosamente la atención, pero en unos cuantos años mostró importante crecimiento, ya que en el 2000 se estableció que la población mexicana de 20 a 69 años de edad con dicho padecimiento sumaba 30.05%, lo que significaba cantidad superior a los 15 millones de habitantes. Hoy, de acuerdo a los hallazgos más recientes, obtenidos por la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2006 (Ensanut 2006), se calcula que su incidencia llegó a 31%, es decir, 17 millones de enfermos.
Las cifras al respecto son elocuentes. En el año 2000 se advirtió que más de 60% de los hipertensos mexicanos desconocían su condición, lo cual es particularmente grave si consideramos que la gente acude al médico tras haber padecido la enfermedad durante varios años, siendo altamente probable que algún órgano haya sufrido atrofia (daño).
Pero esto no es todo, ya que de aquellos a los que se les detectó la alteración sólo la mitad se encontraba bajo tratamiento farmacológico, y de dicha suma, únicamente 14.6% mostró cifras consideradas de control (140/90 milímetros de mercurio o mm Hg). En la actualidad, la persona que sufre diabetes o daño renal debe ajustarse a la relación 130/80 mm Hg, por lo que si atendemos dicho criterio podemos decir que sólo 10% de la población tiene control adecuado.
Todo lo anterior, explica el Dr. Sergio Arturo Férez Santander, subdirector general de Enseñanza del Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez (INC), ubicado en la Ciudad de México, hace que el sobrenombre que se le ha puesto a la enfermedad ( “asesino silencioso”) sea correcto, ya que muchas veces la primera manifestación del mal es la muerte misma, por ignorar los cuidados generales de salud, falta de recursos del paciente o indecisión para acudir al médico en forma regular.
Es cierto que los medicamentos son relativamente caros, reconoce el especialista, pero también lo es que en la actualidad contamos con diversas opciones de tratamiento. Además, hay que observar que hace 50 años los anti hipertensivos causaban estragos en la salud del paciente, “a veces tanto o más severos que la propia enfermedad, ya que, por ejemplo, era común que el afectado tuviera que permanecer acostado prácticamente todo el tiempo; ahora, hay gran variedad de medicamentos con pocos efectos colaterales y muchas veces basta tomar una sola pastilla para permanecer bajo control”, señala el especialista.
“Según el sapo es la pedrada”
El Dr. Martín Rosas Peralta, coordinador general de las Guías institucionales para la hipertensión arterial y jefe de Hospitalización de Adultos en el INC, comenta que cada cinco minutos hay una muerte potencial por hipertensión arterial; esto significa que el riesgo de sufrir un infarto (suspensión del suministro de sangre a determinada zona del cerebro o corazón) por presión arterial elevada es mayor, incluso, que por tabaquismo y obesidad.
Enfatiza el cardiólogo: “A partir de 2005 se estableció que cada país debe tener guías específicas para el tratamiento de la hipertensión, pues esta enfermedad responde a diversas circunstancias: situación económica, ambiente, edad del paciente, género, predisposición genética (determinada por la información biológica heredada) y otras tantas que nos hacen diferentes a los europeos, asiáticos, canadienses o estadounidenses”.
Fuente: SaludyMedicinas
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